lunes, junio 19, 2006

ESPÍRITU DE ERMUA

Muchos éramos unos chavales, unos chavales como los chavales que hoy hablan del proceso de paz como si estuvieran doctorados en ello. La generación de la play station, el 2+2=5 –aunque sólo sea por la rima-, la incultura total, la cultura del botellón. Unos chavales anestesiados por la caja tonta, por las consignas de partido, por el bombardeo subliminal.

Ahora que lo que el pueblo en la calle hace 9 años llamaba “asesinos” es la “izquierda abertzale”; ahora que no se habla de paz, sino de “proceso de paz”, o sea, de quid pro quo infame -1.000 muertos después-; ahora que los que salen a la calle a pedir el fin del terrorismo -pero no al precio que quieren los terroristas- son tratados como payasos por el Gobierno puesto que se dejan manipular por el PP; ahora que las víctimas no son víctimas del terrorismo, sino de la malicia del PP que las utiliza electoralmente; ahora que los etarras no huyen a Francia donde las condenas son más duras, sino que huyen a España donde el Gobierno es más blando; ahora que el Alto Comisionado para las Víctimas le dijo a éstas que algo tendrían que ceder, en lugar de decírselo a los terroristas; ahora que en el PSOE y sus soles mediáticos y sus subvencionados con nuestro dinero aplauden a la escoria asesina y se permiten el lujo de decirle a las víctimas que si es que quieren más víctimas; ahora que está España al revés y el delincuente merece perdón y el que pide justicia es un radical es cuando más casta hay que echarle al asunto.

Hoy ya ha habido una movilización importante. Cientos de personas han ido a la Audiencia Nacional a apoyar a la familia de Miguel Ángel Blanco, a mentarle la madre a los asesinos -que se ríen de la Justicia- y a decirle al Gobierno que la sangre se dona, pero que con ella no se trafica. Parece que Miguel Ángel Blanco es como un ángel, un ser celestial que ya tenía ese don antes de ser asesinado, cuya alma revoloteaba ya y revolotea aún por España e insufla un ánimo como si fuera Pentecostés que hace a la gente decente salir a la calle a hablar todas las lenguas de la verdad, quizá porque fue su caso especialmente doloroso, el que desenmascaró a los asesinos y los cómplices y el que despertó a muchos españoles que vivían en Babia o que, peor, vivían en la egoísta tranquilidad del “a mí no me puede tocar porque no soy nadie”.

Todas las víctimas son iguales, pero no todos los casos lo son y los españoles llevamos en el corazoncito, como la Esperanza de Triana un puñal, clavados varios dolores terroristas: Irene Villa, el matrimonio Jiménez Becerril, Miguel Ángel Blanco… Son casos que nos estremecieron de una manera diferente, para muchos supusieron un punto de inflexión, sus atentados llevaron a muchos cristianos -como hacía don Manuel bueno mártir- a sumergir las palabras del Padre Nuestro “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” en el silencio de la culpa, “Padre perdónales aunque saben perfectamente lo que hacen, porque yo no puedo”.

La duda que nos azota es por qué, cómo puede ser que en 9 años gente que ofrecía su nuca a ETA, que no quería negociar, que clamaba contra esta escoria, que no estaba dispuesta a olvidar, ve ahora con buenos ojos la negociación, la claudicación, la rendición. Será que lo ve con los ojos del Gobierno traidor, los ojos inyectados en la anestesia propagandística. Será que llevan las mismas lentillas a través de las que “querían saber” el 13 de marzo de 2004; las lentillas de Campoamor: “Y es que en el mundo traidor nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira”.

El milagroso caso del cristal que cambió de color el 14 de marzo de 2004.